En 1976 el ingeniero Edward Hammer creó una lámpara fluorescente compuesta por un tuvo de vidrio alargado y de reducido diámetro, que dobló en forma de espiral para reducir sus dimensiones. Así, construyó una lámpara cuyas propiedades de iluminación eran muy similares a las de una incandescente (foco), pero con un consumo mucho menor y prácticamente sin disipación de calor al medio ambiente; su principal ventaja es que consume sólo la quinta parte de la energía eléctrica que requiere una lámpara incandescente para alcanzar el mismo nivel de iluminación, permitiendo un ahorro del 74%. A pesar de ser más caras, se calcula que hay una recuperación de la inversión en 6 meses (manteniendo las lámparas encendidas un promedio de 6 horas diarias), por concepto de ahorro en el consumo de energía eléctrica y por incremento de horas de uso sin que sea necesario reemplazarlas, ya que duran hasta 10 veces más que los focos incandescentes.